A un líder de la cultura sinuana

Nacido en la magia de la crónica, del ensayo, la poesía, cuentos y otros relatos. Es un interesante constructor de la cultura escrita cordobesa, inspirado eternamente por las figuras literarias. Es Nicolás Javier Corena Guerra un ‘man’ respetable y gentil. Siempre con buena presencia al juego de camisa y blue jeans; encajado, zapatos y correa acorde; presentable para cualquier eventualidad y sin falta, la compañía de un pañuelo perfumado.

—Es un lector empedernido y un ejemplar artífice, para educar desde lo más sentido del alma—.

Su portada natural, es la de un hombre de por ahí, un metro setenta y puya de alto, piel morena, un poquito ‘cuajao’, como, se dice en el Caribe Colombiano. De mirada entretenida. Fija, en lo que le causa curiosidad, hasta el punto de distinguir sus ojos cafés y ver ese señor serio, pero con buen humor que se oculta en ella. Raras veces malgeniado, y siempre sonriente… se le describe, como, un tipo que rompe el silencio al encontrarse con alguien conocido… estrecha su mano, le saluda con su tono de voz un tanto grave y seguro, con una sonrisa contagiosa. Sencillamente en su ímpetu, se nota una persona con grandes cualidades, condescendiente y capaz. Fresco e interesante.

La historia de su vida inicia junto con él, un 25 de enero de 1963, cuando su tío Diojenes Corena, decide liderar la toma de una finca, que se convertiría en el famoso barrio Kenedy de Lorica, lugar de su residencia; a lo largo de esos años se forja la calidad humana que lo conforma feliz y dispuesto. Se prepara, como educador en Licenciatura en Español y Literatura. Y ya adulto, imparte una materia proyecto, desde la Universidad de Córdoba, llamada Sinucultura, que da a conocer por muchos años a sus estudiantes.

—No estaba de más preguntarle, ¿qué le despertó ese amor por las letras?—

—Entonces respondió:

“En quinto año de primaria ya, como terminando el año. Yo me venía a pie y pasábamos por un colegio privado, que se llamaba San Pedro Claver. Los salones daban a la calle, eran abiertos, y era aquella Lorica tranquila, en que eso se podía hacer. Pasando, yo escuché, que en una clase de español había una estudiante leyendo en voz alta un soneto, que se llama Soneto a Teresa de Edwardo Carranza; yo seguí caminando lentamente, pero muy, muy interesado en eso, ¡y me fui y llegué a mi casa y más nunca lo olvidé! Creo que marcó mi vida definitivamente, eso siempre lo recuerdo, como mi gran revelación”.

Este hijo caribeño, tropical, meramente sinuano, diverso, como la mezcla étnica entre lo afro, indígena y las otras; que corren por su torrente sanguíneo, le ha despertado un amplio amor por la cultura, se le hace evidente cuando habla. Este loriquero se ha dedicado al rescate de las memorias históricas... sentarse a charlar con él; puede traducirse en asombro. Acostumbra a contar relatos del pasado épico, que queda de la tierra Sinuana. Sencillamente con él, los cuentos nunca acaban y su respeto con la remembranza y el recuerdo de todos los que aportaron al patrimonio tangible e intangible de la región, es vital y nutrido. Para el ‘profe Nico’, esto no es más, que una vocación de tiempo completo.

—Coincido, en que las siembras del ayer, hay que recogerlas y nuevamente cosecharlas; pues la identidad de esta tierra bañada en arte, es tan diversa que no merece ser olvidada—.

Su humilde vida es el Sinú causa admiración, su historia cargada con los sacrificios necesarios para formarse y formar, son nobles. A demás de procrear una familia, también lo ha hecho escribiendo, con memorandos del ayer y del presente, para plasmar, recuperar y mantener anécdotas, como también, trayendo a colación escritos que se empolvaron en el olvido a lo largo tiempo. Este es un trabajo que no cualquiera se toma, es una difícil hazaña, pero no imposible.

—Agregó:

“Estamos destinados no solo a decir, sino a escribir. Es importante y no solo hay que escribir del pasado, sino también el presente”.


Este tipo tradicionalista y conectado con la actualidad; en todo el sentido de la palabra. Vive a plenitud su aire artista, vivirá y morirá dejando huellas permanentes; y por sus cualidades, ¡no parará de soñar, redactar y enseñar hasta su último aliento!

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